HUGO SALAIS – ACADEMIA ILLUSTRACIENCIA
Como paleoartista, a menudo la gente me hace esta pregunta: «¿cuando ilustras un animal prehistórico recién descubierto, cómo sabes cómo representarlo si sólo se conocen los huesos?” Ésta es la pregunta del millón, que resume la esencia y propósito del paleoarte como disciplina y, por supuesto, no tiene una respuesta fácil.
En efecto, el registro fósil (el conjunto de fósiles conocidos por la ciencia) es el único indicio directo de la vida extinta que perdura en nuestros días, nuestra ventana al pasado remoto. Sin embargo, se trata de una muestra limitada y sesgada, y es que tan sólo un porcentaje minúsculo de todas las formas de vida pasadas alcanzan a fosilizar y las que lo hacen muy rara vez mantienen algo parecido a su aspecto original. Antes bien, en la gran mayoría de casos tan sólo fosilizarán elementos mineralizados del organismo. En el caso de vertebrados, huesos (y dientes), en resumen. Con esta perspectiva por delante, ¿cómo podemos alcanzar nuestro objetivo de inferir el aspecto de una forma de vida extinta?
Por suerte, no estamos solos en esta empresa, los paleoartistas contamos con la ayuda inestimable de la paleontología, que se encarga del estudio minucioso de los fósiles y de inferir toda la información posible de los mismos, desde su anatomía al entorno que habitaron, pasando por su biología o incluso su conducta, entre otros. Por tanto, el primer paso en toda reconstrucción siempre va a consistir en documentarnos concienzudamente sobre nuestro organismo problema. Es más, muchas veces trabajaremos directamente con paleontólogos expertos que nos facilitarán este proceso. A partir de aquí, es hora de ponernos a trabajar.
Toda reconstrucción paleoartística se fundamenta principalmente en la anatomía comparada, una disciplina que estudia la variación y evolución de los caracteres anatómicos a través de los distintos grupos de organismos. Otro pilar fundamental en el que apoyarnos es la filogenia, que estudia las relaciones de parentesco evolutivo entre los organismos. Así, la anatomía comparada nos ayudará a extrapolar caracteres no representados en el registro fósil de nuestro organismo problema desde otros organismos mejor conocidos, y la filogenia nos guiará a la hora de escoger con qué organismos comparar. En otras palabras, si al fósil de mi organismo problema le falta alguna parte, me fijaré en como es esa parte en otra especie o grupo filogenéticamente cercana y la adaptaré a mi especie.
Bien, ya nos hemos documentado a conciencia y tenemos una idea razonablemente clara de la anatomía de nuestro organismo problema, pero ¿cómo la representamos? ¿Por dónde empezamos? Para ello, al menos en el caso de los vertebrados, seguiremos una metodología muy concreta: la “disección inversa”. De forma equivalente pero opuesta a un médico forense, que al practicar una autopsia o disección estudia capa por capa procediendo desde la superficie hacia el interior del organismo, la disección inversa persigue estudiar y reconstruir vertebrados extintos progresivamente, pero empezando desde el interior, concretamente con el esqueleto. De este modo, el registro fósil nos aportará evidencia directa para representar el esqueleto, el esqueleto a su vez nos informará de la posición y tamaño aproximado de la musculatura (puesto que los músculos dejan marcas en los huesos en los que se insertan) y la disposición de la musculatura nos dará una idea del volumen y forma general del cuerpo, quedando sólo “vestirlo” con la piel y sus estructuras derivadas.
Por supuesto, lo anterior no nos va a aportar siempre toda la información que necesitamos, generalmente nos van a quedar muchas “lagunas” por resolver, desde su cobertura externa (¿tenía escamas, plumas, pelo?) a su patrón de coloración, por no hablar de sus hábitos y conductas. Algunas veces tendremos suerte y contaremos con evidencia directa al respecto, pero generalmente no tendremos pistas para resolverlo todo, en cuyo caso no nos quedará más remedio que hacer algunas suposiciones. Pero, incluso en estos casos, debemos esforzarnos por fundamentarlas en la medida de posible en los conocimientos de los que sí disponemos. Esto no hace sino remitirnos a un rasgo identitario del paleoarte: su carácter hipotético, cada ilustración y cada elemento representado supone una hipótesis científica, que a la postre puede resultar confirmada o desmentida.
En resumen y volviendo a la pregunta inicial, nunca llegaremos a saber con total exactitud el aspecto de una forma de vida extinta, pero si podemos (y es nuestra labor como paleoartistas) asegurarnos de hacer la mejor suposición posible en cada caso. Y eso lo conseguiremos documentándonos concienzudamente, ajustándonos rigurosamente a los conocimientos disponibles al elaborar nuestra reconstrucción y aplicándolos siguiendo una metodología adecuada.
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